Buenos Aires, mi primera vez (III). Once y la AMIA.

Para un visitante es difícil diferenciar con exactitud los límites que separan cada barrio porteño, a no ser que haya una vía de tren que sirva de frontera, o que las diferencias económicas de quienes los habitan sean palpables; pero Once es un barrio singular, distinto, se nota. Hasta un perfecto despistado en lo que a orientación geográfica se refiere, puede ser capaz de darse cuenta de que ha entrado en el distrito judío de la Ciudad cuando decide explorar sus recovecos.

Las calles son más estrechas, también unidireccionales, las aceras están un poco mejor cuidadas, y no hay un espacio libre en los locales situados en los bajos de los edificios. Locales en los que se vende, y se compra, de todo, especialmente al por mayor. Tiendas de electrodomésticos, ropa, utensilios para el hogar, herramientas para bricolage, aparcamientos de varias plantas entre edificios de viviendas, locales de “los de todo a 1 peso”, entre otros, se suceden a tu paso, muchos de ellos clónicos, sospechosos de pertenecer a una misma familia. Los apellidos de origen hebreo-europeo oriental lucen en los letreros de los establecimientos, en los que las estrellas son ahora los estuches, los cuadernos, las carpetas, las mochilas y los elementos necesarios para el regreso al cole, que está a la vuelta de la esquina para horror de los/as pequeños/as porteños/as.

Un auténtico submundo de galerías comerciales regentadas por ancianos/as se intercala entre cada calle paralela. En esos lugares escondidos, calurosos, de aire viciado por la pesada humedad, encuentras artesanos/as de la zapatería, de la costura, del arreglo de aparatos electrónicos, del kosher a la hora de almorzar, de las antigüedades más extrañas, de los regalitos de última hora para una fecha señalada. Galerías que llevan en sus entrañas décadas de historias de inmigrantes hambrientos/as, de refugiados/as del horror nazi, de personas que gracias a su trabajo prosperaron, a pesar de los tópicos y del antisemitismo –escaso por esas latitudes, en comparación con Europa-.

Sorprende la escasez de librerías especializadas en el mundo hebreo en pleno barrio judío, buscamos un ejemplar de la Torá para una buena amiga –musulmana de religión-, y el paseo de la mañana en busca del Texto Sagrado se torna infructuoso. Después de mucho preguntar y mucho andar hallas un establecimiento con artículos religiosos; salen de él dos hombres ortodoxos que examinan los atuendos laicos de los/as nuevos/as visitantes, mientras que en el mostrador, una señora de apariencia frágil, pero de andares sólidos y altaneros atiende con una parsimonia tan grande como su sonrisa. “Una mezcla entre Golda Meir y Violeta Friedman”, te dices, mientras escuchas cómo te “vende” con su acento inconfundiblemente porteño-polaco-ruso-rumano las bondades de un volumen de la Torá preciosamente adornado, por “sólo” 75 dólares norteamericanos…. La Torá no es un souvenir, claro está, pero la costumbre de pagar en pesos y las ventajas que conlleva te hacen dar marcha atrás. En recuerdo de su infancia, tu compañera compra unos símbolos judíos que le refrescan los tiempos del Natan Gesang y de Hebraíca; al salir, tienes la impresión de que la buena señora “ha hecho la mañana” contigo.

Tomar la calle Pasteur en dirección a la AMIA es un ejercicio de fortaleza para muchas personas. Dos cuadras de esa ruidosa y abarrotada calle tienen plaquitas con diferentes nombres a los pies de unos árboles jóvenes. Fabián, Silvana, Naum, Diego, Jorge, Mirta, Pablo, se suceden protegidos por la sombra que les otorga su símbolo de vida. 85 plaquitas por cada vida sesgada aquel 18 de julio de 1994; al avanzar en busca de Gregorio observamos que algunos arbolitos apenas tienen hojas, que otras plaquitas están un poco estropeadas por el paso del tiempo, pero el árbol de Gregorio está bien, robusto y con una copa redondeada y plena de vida. Es hora de la sonrisa nerviosa. La AMIA se muestra como un edificio moderno, insultantemente majestuoso, “la bomba no me destruyó, me hizo más fuerte” parece decir a través de sus innumerables ventanas perfectamente ordenadas. Unos obstáculos de hormigón, anchos en forma de cubo, se suceden delante de la puerta principal, para evitar que otra furgoneta repleta de fanatismo y odio cause de nuevo una tragedia. Los ostentosos guardias de seguridad, muy musculosos, muy elegantes, muy cordiales y serviciales parecen sacados del mismísimo Mossad. Un PFA circula y sonríe a los guardianes, se detiene y charla con ellos, a saber cuántos PFA de incógnito circulan alrededor de los protegidos centros culturales, colegios, clubes deportivos judíos, laicos y religiosos, que hacen vida en las calles cercanas.

Florencia ha sido eficiente, sólo una hora después de nuestro precioso encuentro en Patio Bullrich, Daniel nos espera en la puerta de la AMIA con una sonrisa que denota añoranza y un libro en la mano. El saludo es cariñoso, “yo tenía una gran relación con tu papá, lo conocía bien”, el recuerdo hace flaquear las fuerzas y las lágrimas brotan, con disimulo al principio, sin control después. “Creo que se va a caer”, ser hija de una víctima te convierte en una suerte de visitante VIP, y los guardias, avisados acerca de la identidad de la invitada acuden raudos ofreciendo agua y sus fornidos brazos para llevarla adentro. El patio calma los ánimos, es amplio, limpio, de color blanco. Es terreno cedido a la calle por motivos de seguridad, pero en él se eleva un precioso monumento hecho con el material de los cohetes espaciales, indestructible, que representa en varios colores y formas el dolor, el caos, pero también la esperanza.

AMIA queda atrás, nuestro particular cohete espacial nos eleva fuera de las fronteras tangibles de Once. Volamos alto. 15 años y medio después el lastre se ha soltado.

Glosario:

Golda Meir: Política israelí del siglo XX. Primera Ministra del Estado de Israel entre 1969 y 1974.

Violeta Friedman: Activista antinazi. Superviviente del Holocausto perdió a toda su familia, menos a su hermana Eva en los campos de exterminio. Afincada en España en los años 80 del pasado siglo, su victoria en el Tribunal Constitucional contra los/as negacionistas del genocidio nazi, sirvió para cambiar nuestro Código Penal en la lucha contra el fascismo.

AMIA: Asociación Mutual Israelita Argentina. Centro de asistencia a la comunidad hebrea en Buenos Aires, fue atacado presuntamente por un suicida miembro de Hizbulá al volante de una furgoneta bomba el 18 de julio de 1994. Murieron 85 personas.

Natan Gesang: Colegio de Primaria y Secundaria mixto, hebreo y laico.

Club Hebraíca: Uno de los muchos clubes sociales y deportivos que existen en Argentina, con múltiples instalaciones y miles de socios/as. En el deporte argentino destaca por sus buenos resultados en natación, baloncesto, voley y otras disciplinas. Su centro cultural y de ocio es uno de los mejores del país