Tras la victoria inapelable de su Armada, Thatcher disfrutó de una enorme subida de popularidad. Las duras políticas de corte neoliberal que estaba llevando a cabo, y que pusieron en el abismo a su gobierno no mucho tiempo antes del conflicto fueron olvidadas, y el pueblo británico le otorgó una aplastante mayoría en las siguientes elecciones celebradas poco después. La “Dama de Hierro” se consolidó como una de las líderes mundiales más influyentes, y aunque su política de mano dura tuvo resultados dispares en otros territorios conflictivos como Irlanda del Norte, se mantuvo en el poder hasta 1990.

En el bando opuesto, las consecuencias de la derrota fueron nefastas para la Junta Militar, Galtieri dimitió tres días después de oficializada la derrota, fue sustituido por Alfredo Saint-Jean, quien poco después cedió el poder a Reynaldo Bignone. Año y medio después de la rendición, Raúl Alfonsín era elegido presidente democráticamente con una amplia mayoría. El fracaso de los militares era total.

La derrota en Malvinas abrió la puerta de salida de la Junta Militar de la Casa Rosada; Junta Militar que se llevó por delante a decenas de miles de personas que fueron detenidas ilegalmente, torturadas y masacradas en masa. Los Juicios de la Verdad dieron con los militares más importantes en la cárcel a mediados de los años 80, fueron degradados y expulsados del Ejército (incluido el propio Galtieri), aunque una infame amnistía promovida por el peronista Carlos Saúl Menem en los años 90 deshizo el macroproceso llevado a cabo años antes. Habría que esperar a la llegada de Néstor Kirchner al poder para que ese indulto fuera derogado, y ver reabierto los procesos por crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares durante la última dictadura. Galtieri fue confinado en su domicilio bajo arresto domiciliario en julio de 2002, falleciendo posteriormente en enero de 2003 debido a un cáncer de pancreas.

A diferencia de sus pares británicos, los soldados argentinos que lucharon en clara inferioridad de condiciones no recibieron a su regreso a la Argentina ningún reconocimiento social por su sacrificio. Muchos denunciaron que fueron acuartelados durante semanas para evitar que fueran vistos debido al precario estado de salud que sufrían. Posteriormente, las denuncias por malos tratos, torturas y vejaciones sufridas por buena parte de estos soldados de reemplazo que tuvieron la mala suerte de ser llamados a filas para luchar contra una potencia militar de primer nivel, se sucedieron e hicieron públicas; aunque éstas no fueron las únicas, el escritor Gabriel García Márquez, en su obra “Notas de prensa”, denunció que soldados argentinos fueron maltratados también por los británicos.

Poco a poco la sociedad argentina fue conociendo que el hambre, el frío, los abusos y la incompetencia de los dirigentes hicieron tanto o más daño que los proyectiles enemigos, a lo que había que añadir las más que fundadas dudas acerca del destino de la ayuda que el país enviaba solidariamente a sus soldados en primera línea de combate. Una investigación de un medio de comunicación destapó que muchas cartas con chocolates y productos similares que tenían como destino Malvinas con el objetivo de insuflar ánimo a los jóvenes combatientes nunca llegaban a destino, y terminaban o bien en manos de oficiales superiores, o bien en mano de contrabandistas que hacían negocio con la mercancía.

Desde 1982, diversas asociaciones de veteranos de guerra argentinos luchan para que el estado reconozca su sacrificio y entrega, y sobre todo para que las ayudas a estos veteranos se hagan más ágiles y efectivas. Son centenares los casos de personas que sufren traumas y problemas psicológicos debido a la terrible experiencia vivida en combate; los suicidios superan, según cifras de los propios veteranos, el medio millar en estas tres décadas.

30 años después, la postura de los “kelpers” se ha radicalizado en su “antiargentinismo”, y la postura de no negociación británica sobre la soberanía de las islas se ha consolidado por la legitimidad que, afirman, le otorga su clara victoria en el campo de batalla. Argentina sigue reclamando con más o menos intensidad la soberanía de Malvinas en organismos internacionales, mientras salpica su geografía con recuerdos sobre el archipiélago de la discordia en nombres de calles, fábricas, estadios de fútbol, escuelas o centros de salud. El asunto Malvinas sigue presente en el ideario colectivo de toda la sociedad argentina, en el pasaporte que ostentan los nacionales del país sudamericano se incluye el archipiélago dentro del territorio nacional, así como también de manera simbólica forma parte de la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.

Los acuerdos entre los gobiernos argentino y británico han sido casi inexistentes en lo que a las islas se refiere; las trabas para viajar desde el archipiélago al continente y viceversa son tantas, y los vuelos tan escasos, que puede decirse que la distancia geográfica es menos extensa que la distancia geopolítica. Solo en 1999 británicos y argentinos llegaron a un acuerdo para declarar permanente el Cementerio Argentino de Darwin, para los soldados caídos en combate, y que fue sufragado casi en su totalidad por un empresario argentino llamado Eduardo Eurnekián.

A tres décadas de la guerra, las distancias se han hecho más grandes, aunque el recuerdo sigue presente. El recuerdo de las víctimas de tres semanas de guerra a través de sus vivencias y de sus cartas, como la que el soldado profesor Julio Cao envió a sus alumnos/as de tercero de primaria pocas semanas antes de morir en combate.





Monumento a los caídos en Malvinas en Plaza San Martín, Buenos Aires.