Ayer recibí una buena noticia y es que la “Peña de mujeres béticas“, de la que también soy socia, tiene resolución definitiva por la que se aprueba la imagen de Santa Justa y Rufina sosteniendo en sus manos el escudo del Betis, como marca patentada
Las dos hermanas santitas, trianeras y alfareras , Justa y Rufina son dos bellas mujeres que sostienen en sus manos la Giralda, trocada en “escudo del Betis”, como avatar de la Peña. Parece ser, lo mismo que San Fernando, que “las dos nacieron béticas.”
Justa y Rufina fueron dos hermanas que nacieron en Sevilla en el seno de una familia muy modesta pero de firmes costumbres y sólida fe cristiana y tenían su casa en Triana.
En aquella época España era dominada por los romanos, y con ellos, la idolatría y la corrupción. Mientras tanto las dos hermanas se conservaban en santidad y pureza de costumbres, empleando todo su cuidado en conocer el Evangelio, en su propia santificación y en beneficio de sus prójimos.
Según cuenta la historia o la leyenda, pues no sabemos dónde termina la verdad y dónde empieza la ficción, todos los años celebraban los idólatras fiestas en honor de Venus, recordando la tristeza de ésta en la muerte de su adorado Adonis.
Las mujeres recorrían las calles de la ciudad llevando al ídolo en sus hombros, importunaban a todos y les pedían una cuantiosa limosna para la festividad. Al llegar a la casa de Justa y Rufina, les exigieron adorar al ídolo; las dos santas se negaron y las mujeres, enfadadas, dejaron caer el ídolo rompiendo muchas vasijas. Las santas, horrorizadas por ver en su casa un ídolo, cogieron el ídolo y lo hicieron pedazos, provocando la ira de los idólatras que se lanzaron contra ellas.
Diogeniano, prefecto de Sevilla, las hizo prisioneras, las interrogó y las amenazó con crueles tormentos si persistían en la religión cristiana, a la vez que les ofrecía grandes recompensas y beneficios, si adoraban a los ídolos. Las santas se opusieron con gran valor a las inicuas propuestas del Prefecto, afirmando que ellas sólo adoraban a Jesucristo. El Prefecto mandó que las torturasen con garfios de hierro y en el potro, creyendo que cederían ante los tormentos, pero ellas soportaban todo con alegría y sus ánimos se fortalecían a la vez que crecían las torturas.
Mandó entonces a encerrarlas en una lóbrega cárcel y que allí las atormentasen lentamente con hambre y con sed. Pero la divina Providencia les socorría y sustentaba con gozos inefables, según las necesidades del momento, provocando el desconcierto de los carceleros. Luego, el Prefecto quiso agotarlas obligándoles a seguirle descalzas en un viaje que él iba a hacer a Sierra Morena; sin embargo, aquel camino pedregoso era para ellas como de rosas. Volvieron a meterlas en la cárcel hasta que murieran.
Santa Justa, sumamente debilitada, entregó serenamente su espíritu, recibiendo las dos coronas, de virgen y de mártir. El Prefecto mandó lanzar el cuerpo de la virgen en un pozo, pero el obispo Sabino logró rescatarlo.
El Prefecto creyó que, estando sola, seria más fácil doblegar a Rufina. Pero al no conseguir nada, mandó llevarla al anfiteatro y echarle un león furioso para que la despedazase. El león se acercó a Rufina y se contentó con blandir la cola y lamerle los vestidos como un corderillo. Enfurecido el Prefecto, mandó degollarla.
Así, Rufina entregó su alma a Dios. Era el año 287. Se quemó el cadáver para sustraerlo a la veneración, pero el obispo Sabino recogió las cenizas y las sepultó junto a los restos de su hermana. Su culto se extendió pronto por toda la iglesia.
Sí, es verdad que fueron mártires, pero antes de ser mártires, fueron niñas, niñas ingenuas y soñadoras, hijas amantísimas aprendiendo el oficio paterno, jóvenes piadosas ofreciendo su vida a Jesucristo y trianeritas y sevillanas. Sevilla las ha perpetuado en Hermandades, en libros, en historias, en "Peña de mujeres béticas "y en versos, ideando metáforas y sentimientos:
Justa y Rufina, tan veneradas
que sois de Sevilla rico blasón;
a vuestros protegidos, queridos todos,
dadnos trabajo, salud y protección.
¡Oh, que Justa y que Rufina
OH, que Rufina y que Justa.
La una Justa divina.
La otra Rufina justa.
Tampoco Antonio Machado pudo sustraerse a la tentación de hacer versos a sus paisanas con la cadencia que sabía imprimir en cada sílaba. El niño Antonio Machado, que nació entre risas y limoneros y murió lejos, “confusa la historia y clara la pena”.
Que por mucho que se diga
nadie aventaja en arte,
cerámica y alfarería
cual las patronas del barro
las santas Justa y Rufina.
Su oficio es noble y bizarro
y entre todos el primero;
pues para gloria del barro
Dios fue el primer alfarero
y el hombre el primer cacharro.
Ahora viven en la Catedral de Triana, en la Iglesia de Santa Ana, entrando por la puerta principal, a la derecha.
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