Al más puro estilo Betis. Así fue el desenlace del encuentro del pasado domingo, ante el Atlético de Madrid, en el que los verdiblancos pudieron perder, después ganar y, finalmente, acabaron empatando. De nuevo, el tiempo de prolongación se hizo demasiado largo para la escuadra de las trece barras, que vio cómo, por enésima vez en esta temporada, volaron dos puntos que habrían dejado aparcadas definitivamente las calculadoras por Heliópolis.

Porque, a estas alturas, la permanencia está asegurada al 99,9 por cien, pero las matemáticas siguen sin dar su visto bueno. Para que lo hagan es necesario que los pupilos de Pepe Mel sumen al menos un punto en los tres encuentros que quedan. Y qué mejor escenario para cumplir esta premisa que el estadio del eterno rival, donde, de paso, los de La Palmera podrían complicarle la vida al Sevilla.

No en vano, los nervionenses se encuentran a tres puntos de los puestos europeos, su gran objetivo esta temporada, y una derrota ante el Betis no sólo supondría decir prácticamente adiós a la opción de pasearse el próximo año por el ‘Viejo Continente’, sino también verse superado en la tabla por los del Villamarín. Sería la mejor venganza posible para aquellos que hace tres años sacaron pecho porque, a su juicio, un gol de Kanouté en el último derbi en territorio blanquirrojo fue el que mandó a los verdiblancos a Segunda.

Pero para que todo eso ocurra, la premisa básica es que el equipo salga a competir desde el primer minuto, evitando que se repitan actuaciones tan calamitosas como la de hace un par de semanas en Valencia o la de la primera hora de partido frente al Atlético. La relajación no debe tener sitio ni siquiera si el Sporting perdiese ante el Villarreal y dejase la salvación absolutamente asegurada. Porque la visita al Sevilla no es un partido más y hay que echar el resto para dar un nuevo alegrón a una hinchada que se lo merece de sobra.

Tiempo habrá de hacer probaturas y experimentos en los otros dos encuentros que quedan, para que Mel pueda decidir, si es que no lo ha hecho ya, lo que le sobra y le hace falta a esta plantilla para seguir creciendo el curso que viene. Antes de eso, queda en juego el orgullo, la obligación demostrar sobre el césped que aquellos tiempos en los que el vecino miraba por encima del hombro a los de Heliópolis han pasado a mejor vida; que el Betis ha vuelto y le sobran ganas para confirmarlo.

No es una final, ni un encuentro que arregle una temporada, porque, como ya pasó en la 08/09, de nada serviría ganarlo si no se logra el objetivo con el que arrancó el curso. Pero, casi. De hecho, sería el mejor broche final para una Liga en la que la escuadra de las trece barras pudo hacer mucho más a poco de que hubiese sido mínimamente regular, pero en la que, por fortuna, pese a su carácter ciclotímico, de avanzar a base de arreones, no ha pasado excesivos apuros.

Queda el último tirón, mucho más simbólico que trascendental; el que muchos llevaban semanas esperando. ¿Qué mejor que certificar la permanencia sobre el césped del Pizjuán? ¿Y la posibilidad de hacerlo fastidiando al eterno rival? Alicientes hay de sobra para que el Betis no se duerma, sino que salga a por todas el miércoles. La ocasión lo exige, pero, sobre todo, el club, su historia y afición se lo merecen.

J. Julián Fernández