El técnico del Real Betis dando instrucciones en la banda durante un partidoDecía Ortega y Gasset que en el mundo no existían verdades absolutas, puesto que todo dependía de cómo cada uno viese las cosas. Así, dos opiniones antagónicas sobre un mismo hecho resultan igual de legítimas, aunque hay ocasiones en las que, por llover sobre mojado, no vale cualquiera. Es el caso de las palabras de Juan Carlos Garrido en la sala de prensa de San Mamés, donde tras caer eliminado ante el Athletic dijo que el Betis salía de allí “reforzado”.

Una afirmación que no se sostiene por ningún lado. Primero, porque la escuadra de las trece barras volvió a demostrar sobre el césped vizcaíno que aquella victoria en el duelo de ida no fue más que un oasis en mitad del tremendo ‘desierto’ en el que se ha convertido esta temporada. Igual que frente a Osasuna, el equipo vagó de nuevo sin rumbo por el campo, indolente y cometiendo los mismos errores de siempre. Incluso, tuvo menor verticalidad que contra los navarros, hasta el punto de que ni siquiera llegó a tirar entre los tres palos durante los noventa minutos.

Es más, solo la suerte y la tranquilidad de un cuadro bilbaíno que se veía clasificado a poco que apretase libraron a los heliopolitanos de una derrota mayor. Atendiendo a todo eso, ¿qué lectura positiva se puede sacar para un conjunto que necesita ganar partidos urgentemente y como sea? ¿se conforma únicamente con que no le metieran cinco? ¿quién pensó que alguien con una visión tan obtusa de la realidad podría hacer frente a una empresa tan complicada como la de luchar por la permanencia?

No obstante, con cosas así se entiende que el equipo, lejos de mejorar con respecto a la etapa de Mel, empeore a pasos agigantados, aunque, a tenor de las últimas intervenciones públicas de Garrido, eso es lo que menos le preocupa al míster. Él lo único que quiere es que le enseñen la puerta de salida y pueda cobrar su finiquito.

El club se ha convertido en un auténtico polvorín con mil frentes abiertos que se renuevan cada día. La plantilla no da la talla tanto por falta de calidad como de actitud, por lo que sabe que jamás podría sacarle partido. Y, para colmo, a él le ponen en la boca el caramelito de dirigir los fichajes y al poco se lo quitan bajo la sospecha de que tenía más interés puesto en las operaciones por añadir ceros a su cuenta corriente que por enriquecer el vestuario.

Por ello, el técnico aprovecha cada vez que tiene un micrófono delante para echar más leña al fuego. Primero, admitiendo que no le ha aportado nada al equipo en el tiempo que lleva. Después, cargando con una directiva de la que ya no se cree nada y que no le traerá caras nuevas. Ahora, y tal y como pasó en Valladolid (donde, al menos, se logró un empate), negando la evidencia de que este Betis, salvo milagro digno de ser estudiado por el Vaticano, está muerto.

Una situación absolutamente rocambolesca y que en cualquier club normal se habría saldado ya con su salida del Villamarín. Pero no en esta entidad donde la directiva parece estar para decorar y dar continuos palos de ciego.

Ellos, personalizados ya solo en la figura del presidente Miguel Guillén, son los grandes culpables de cuanto está ocurriendo al final de La Palmera, donde los problemas se multiplican sin solución de continuidad y cualquier solución que se busca jamás surte efecto. Solo trae consigo más quebraderos de cabeza, como el triste show de Garrido, ese que debe acabar lo antes posible. Para ello, habrá que echarlo, porque él no va a dimitir, ya que solo le preocupa ya cobrar su finiquito.


J. Julián Fernández