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ID:	6575675Un derbi como los de antaño. Eso es lo que pudo verse sobre el césped del Benito Villamarín, donde el Betis derrochó intensidad, orgullo y actitud, maniatando con ello a un Sevilla que pudo menos de lo que quiso y al que se le nubló la vista cada vez que tuvo la oportunidad de decantar la balanza a su favor.

Quien esperara un duelo de fútbol preciosista, con jugadas de tiralíneas y fantasía probablemente quedó defraudado por lo ocurrido en La Palmera, testigo de cómo los locales salieron con las ideas muy claras: cuanto menos estuviese el balón en poder del eterno rival, mejor. Así, los verdiblancos dieron un paso adelante, llevando la iniciativa y ahogando al adversario con una agobiante presión que no dejaba tiempo ni espacios para pensar.

Con agresividad e imponiéndose en el aspecto físico, como si Caparrós hubiese entrenado alguna vez en Heliópolis, el Betis supo llevar el partido a su terreno, manteniendo a raya a un Sevilla que, con Banega anulado por Petros, apenas lograba inquietarle. Es más, el paso de los minutos y los nervios ayudaron a dar validez a este planteamiento al que sólo le faltó un detalle para ser perfecto: generar peligro en el área contraria.

Porque a la escuadra de las trece barras prácticamente se le olvidó tirar a puerta. Tanto es así que las mejores ocasiones cayeron del lado de un Sevilla que jamás se sintió cómodo al reencontrarse con un estilo de juego que hace años hizo suyo y que, sorprendentemente, ahora se hacía presente en el bando contrario, lleno de futbolistas que paliaban su falta de aptitudes con grandes dosis de actitud.

Así, en un partido bronco, se fueron minimizando las diferencias existentes entre los dos equipos hispalenses, llevando el desenlace de la contienda a lo que deseaba un Betis que pese a seguir sin despegar en casa por fin estuvo a la altura de lo que su afición le exige. Faltó fútbol, por supuesto, pero al fin se vio que a los jugadores les hervía la sangre, y eso, visto lo visto, es digno de destacar.

Lástima que ese cambio de actitud no sirviese para multiplicar por tres el botín final en el primer derbi de los tres que se disputarán en menos de un mes. En cualquier caso, manteniéndola y obviando un poco más los complejos (probablemente haya mimbres en la plantilla para hacer daño al contrario jugando de otra manera) se puedan subsanar muchos de los errores cometidos hasta ahora y que, en la mayoría de los casos, se debían a una falta de concentración que para nada hizo acto de presencia esta jornada.

Ahora, mientras se espera a los dos duelos cainitas que deparará la Copa del Rey, habrá que extrapolar ese nuevo planteamiento verdiblanco a otros campos y frente a otros adversarios contra los que habrá en juego quizás menos orgullo, pero los mismos puntos. El vestuario debe tener claro que a la grada le gusta ver cómo sus jugadores sienten la camiseta que llevan, algo que han de hacer patente cada vez que el balón eche a rodar. Es lo mínimo que le piden, y no sólo frente al eterno rival.