Miguel TorrecillaPese a todas las señales que anunciaban el suspenso en el primer tercio de la temporada, Miguel Torrecilla llevaba semanas empeñado en no querer hacer evaluaciones hasta después del partido frente al Eibar.

Ni siquiera el hecho de que Gustavo Poyet tuviese que hacer las maletas antes de tiempo cambiaba su opinión, que quizás buscaba el bálsamo de dos victorias consecutivas de la mano de Víctor Sánchez del Amo para subir un poco la nota media.

Pero la visita a Ipurúa sólo sirvió para comprobar que el nuevo proyecto verdiblanco se ha ganado a pulso hasta ahora un rotundo ‘Insuficiente’. Una calificación de la que apenas tiene culpa el nuevo míster, que cumplió con creces en su debut ante Las Palmas y vio cómo una expulsión y un gol en contra al cuarto de hora le reventaba su planteamiento en tierras guipuzcoanas. Al madrileño se le puede pedir trabajo y que aumente el nivel de exigencia en el vestuario, pero, como cualquier otro mortal, es incapaz de hacer milagros.

Sobre todo cuando la plantilla sigue estando muy por debajo de las expectativas iniciales. Hay mimbres para mucho más, sin duda, pero está costando un mundo llevar la teoría a la práctica. La revolución que ha experimentado el equipo permanece incompleta porque los recién llegados apenas aportan cosas.

Se sigue viviendo del acierto bajo palos de Adán, la inquebrantable voluntad de Joaquín y la puntería de Rubén Castro. Han cambiado las caras, aunque no el argumentario de una escuadra de las trece barras en la que sobran apariciones estelares (Petros, Álex Alegría, Durmisi…) y, salvo contadísimos casos, brilla por su ausencia la continuidad.

Torrecilla cumplió con creces en verano, aligerando el exceso de equipaje y reforzando puestos en los que había carencias. Sin embargo, a medida que van pasando los meses se le va derrumbando su castillo de naipes, igual que a una directiva que miraba al futuro llena de ambición y que vuelve a cometer los mismos errores de sus predecesoras.

Se vive en un eterno día de la marmota en el que pese a las promesas de tiempos mejores y el objetivo de estar entre los diez primeros, se sigue mirando de reojo a unos puestos de descenso de los que el Betis no se termina de despegar del todo. La historia se repite y se conoce, pero pese a los mil y un intentos que se han hecho nadie parece capaz de cambiarle el final.

Afortunadamente, quedan dos tercios de temporada para dar la vuelta a la situación. Con dos parciales más por delante y en plena evaluación continua, el equipo todavía puede y, lo que es más importante, debe mostrar otra cara sobre el césped, estando de una vez por todas a la altura de las expectativas. Porque, pese a las decepciones acumuladas hasta ahora, no hay que olvidar que lo importante no es llegar el primero, sino descubrir el modo de cómo llegar.