AlavesPor más que se empeñen en la planta noble del Benito Villamarín, el camino hacia el éxito no entiende de plazos o tiempos de espera. Hay equipos que son capaces de despegar rápidamente, pasando de estar en Segunda a tocar las puertas del cielo en apenas unos meses. Sólo hace falta ilusión, eficiencia, profesionalidad, criterio y cantidades industriales de trabajo para conseguirlo.

Un claro ejemplo de ello es el Alavés, que selló hace mucho una holgada permanencia que le ha permitido tener tiempo más que de sobra como para preparar a conciencia esa final de Copa que podría darle su primer gran título. Un equipo sin grandes nombres y que pese a ser un recién ascendido dejó a un lado sus complejos en el Camp Nou, derrotando sobre su césped al todopoderoso Barça; que nunca aceptó esa excusa de que había que tirar una competición para hacerlo bien en otra y que, incluso, aun con la temporada resuelta no baja los brazos.

Todo eso lo comprobó en sus propias carnes el Betis el Domingo de Feria, protagonizando su enésimo esperpento de la temporada y demostrando, de paso, que el azúcar, por escaso que sea, siempre le sienta mal. De hecho, los pocos elogios que se ganaron los verdiblancos tras ganar a Eibar y Celta, así como también por su decorosa actuación en San Mamés, cayeron definitivamente en saco roto merced a un 1-4 tan doloroso como imperdonable.

Porque resulta inaceptable que un equipo llamado a estar entre los diez primeros (o eso decían quienes lo gobiernan) sea vapuleado ante los suplentes de un recién ascendido jugando en casa y después de haberse ido al descanso ganando por 1-0. Pero en Heliópolis, donde hace mucho tiempo la afición se acostumbró a comulgar con ruedas de molina, las cosas casi siempre son muy distintas a como debieran.

Y más aún con un 'proyecto' que se perdió en un sinfín de detalles de cara a la galería que apenas sirven para quedar bien en campañas publicitarias y crear una engañosa imagen de club grande que prácticamente nunca se ha visto sobre el césped. Con tantos extras se ha perdido de vista lo que de verdad importa, algo que incluso ha afectado a un vestuario que no se olvida de hacer el ridículo ni en su mejor momento de la temporada.

Ni se cumplirá el objetivo ni se mejorará lo hecho el pasado curso ni, lo que es peor, se atisba ese mínimo exigible de profesionalidad que debería atesorar una plantilla de Primera división. Por más que diga Torrecilla, esto no se arregla con tres o cuatro fichajes que apuntalen el proyecto ni mucho menos con un entrenador tan superado por los acontecimientos como Víctor Sánchez del Amo. Si ni en este Betis tan mediocre cumple, ¿cómo se va a confiar en él para crecer?

Y lo mismo se podría decir de una directiva que sigue acumulando fracasos y a la que los hechos dejaron hace mucho sin palabras que pudieran maquillar sus pecados. Las promesas no sólo tienen que sonar bien, sino también cumplirse. Si no, mejor trabajar y quedarse callado, que en boca cerradas no entran moscas. Lástima que en Heliópolis, a tenor de lo visto, puedan caber ya hasta pájaros en algunas.

Al menos queda el consuelo de que hay tiempo de sobra (la duda a estas alturas es saber si existirán también mimbres) para planificar con garantías la próxima campaña. Un proceso en el que habría que tener muy en cuenta al Alavés, tanto por evitar derrotas tan sonrojantes como por tener en ese club el espejo en el que mirarse. Porque sin tanta palabrería ni parafernalia quizás sea más corto el camino al éxito. Ése únicamente exige que la ilusión, el criterio, la profesionalidad y el trabajo no se pregonen a los cuatro vientos antes de tiempo, sino que se manifiesten por sí solos cada jornada sobre el campo.