TorrecillaAl final, tenía toda la razón Torrecilla. No hay que quedarse con los resultados, sino con las sensaciones. Con las que ofrece cada semana ese equipo que no hay por donde cogerlo, con una defensa tan superpoblada como frágil, una medular que pese a ser, según él, "la mejor tras la de los equipos grandes" no sabe qué hacer con la pelota salvo que la tenga Ceballos y una delantera en la que sólo es capaz de marcar goles el de siempre.

Por no hablar de la 'gran' aportación de los fichajes. El más caro de todos, Sanabria, conoce mejor el Fremap que el área contraria; Mandi, que iba para líder de la zaga, resta más que suma; Nahuel ha encadenado esperpentos en sus pocas apariciones; Zozulya se convirtió en un auténtico marrón a causa de una pésima gestión; Felipe Gutiérrez, vino, apenas jugó y se fue con más pena que gloria; Musonda salió por la puerta de atrás después de ponerse demasiado 'gallito'; Jonas apenas ha aportado un par de destellos entre un mar de lesiones.... únicamente Durmisi, y si acaso Rubén Pardo, se han ganado el apelativo de refuerzo, dejando sin efecto esa revolución que se llevó a cabo en verano.

Pero sigamos quedándonos con las sensaciones. Las de un equipo sin personalidad, donde sólo los canteranos dan la cara ante los medios tras cada debacle. De las que regala un conjunto donde apenas Adán, Pezzella, Ceballos, Joaquín y Rubén Castro tiran de un modo u otro del carro. De ese vestuario adormilado e indolente que sigue negándose a llamar a las cosas por su nombre, incapaz de asumir lo que ha sido un auténtico fracaso.

Centrémonos en la falta de profesionalidad de un club donde las cabezas pensantes creen que se puede crecer sin tener mimbres para ello, que rebaja al mínimo la exigencia con tal de tener asegurado un técnico para el año que viene. Aunque no sepa ni a qué juega su equipo ni tenga Plan B cuando las cosas se tuercen, pese a que reciba goleadas poniendo a tantos defensas como tenga disponibles. Pero si vive de espaldas a la realidad y con ruedas de prensa sonrojantes sin que nadie siquiera le dé un tirón de orejas, ¿qué se puede esperar?

Si desde la planta noble del Villamarín se pide paciencia cuando no hay ya margen para ello. Con un Torrecilla que se empeña en retrasar sus parciales pensando que así puede evitar su incuestionable suspenso. No es que haya sido pésima su gestión de la plantilla, sino también de los tiempos, dejando que otros se muestren más para usarlos de pantalla, obviando que el bético de a pie tiene memoria y no olvida que él también es culpable de este fracaso donde no ha dado una a derechas.

¿Y qué decir de la directiva? Sin autocrítica, mirando siempre para otro lado y perdida entre un mar de extras que, para colmo, ni funcionan (que se lo digan por ejemplo al equipo de baloncesto) se ha olvidado de lo verdaderamente importante. Porque si no funciona el primer equipo (la gestión de la cantera, dicho sea de paso, también es para verla) el castillo de naipes se cae al primer soplido. Este vez hubo, al menos, tres peores que evitaron la tragedia, pero no siempre será así.

Aunque para sensaciones, las de una afición harta de estar harta, a la que la ilusión sólo le acompaña desde el final de una temporada hasta que el balón echa a rodar en la siguiente; cansada de dar todo a cambio de nada y de comulgar con ruedas de molino. Consciente de que hace mucho que se prostituyó el 'Manquepierda', convirtiéndolo en un paraguas bajo el que se puede dar cobijo a cualquier ridículo y sin que nunca se de pie a gritar con orgullo el 'Musho Beti'. Una hinchada que ve cómo cada semana el equipo de sus amores arrastra su camiseta y su historia sobre el césped, mientras le venden promesas que nunca se cumplen.

Estos son los hechos que deja la temporada en la que se iban a olvidar las palabras, donde las excusas iban a brillar por su ausencia y se iba a dar por fin el gran salto. Si se ha dado alguno, ha sido al vacío, prolongando esa caída libre que empezó hace más de una década sin que aún se vea el suelo. Si hay que quedarse con las sensaciones, aquí están muchas de ellas, negro sobre blanco. Lástima que, en contra de lo que pensaba Torrecilla, estás sean peor aún que los resultados.