Originalmente publicado por campogibraltareño
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La UEFA y la Liga de Tebas, esos dos entes que han hecho más que nadie para que las diferencias de clase en el fútbol del Viejo Continente sean cada vez más abismales, ahora resultan que son los salvadores de eso que llaman "el fútbol de los aficionados". Otra estafa monumental, tan gorda como la de este engendro de la Superliga, que recoge en su seno todas las bondades del capitalismo salvaje al que está sometido este "deporte".
La quiebra a la que van de manera inexorable los grandes del fútbol español merced a romper, un año sí y otro también, las normas básicas de una gestión económica equilibrada y sostenible con fichajes sobrevalorados, sueldos estratosféricos y comisiones que vuelan como cometas; parece que solo puede evitarse creando una competición elitista, un club cerrado que, como la Euroliga de baloncesto, convierte en un estorbo las competiciones nacionales, abocadas al fracaso colectivo económico y social si no se rinde pleitesía a los gigantes "que dan de comer a los demás".
Tiene gracia: una industria insolidaria, apoyada por medios de comunicación que suplican que el ritmo no pare, que destaca por su opacidad de gestión y el fraude sistemático a las arcas públicas, ahora apela a los aficionados para que otros no rompan el statu quo y puedan seguir forrándose. Más cinismo imposible.
Gran parte de la culpa de esta historia la tiene el demencial reparto televisivo, que durante lustros ha acentuado las diferencias y adulterado de manera indirecta el nivel competitivo del campeonato español. Y ahora, cuando queman las papas de la crisis provocada por la pandemia, en vez de afrontar una auténtica reestructuración de todo este mundillo desde el consenso, la lógica y el sentido común, lo que se ofrece es una huida hacia delante para seguir engordando los balances, y encima diciéndole a los demás clubes, que por lo que se ve son totalmente prescindibles, que lo hace por su bien.
No nos engañemos. Los hinchas no contamos nada para este show, nos han hecho creer que tenemos el control del fútbol y que podemos cambiar las cosas. De risa. ¿De verdad el fútbol moderno es de los aficionados? ¿Desde hace cuándo los socios de la inmensa mayoría de los clubes profesionales de este país no pueden elegir a sus dirigentes? Miremos el ejemplo que sufrimos nosotros en esta casa: ¿cómo se han hecho con el poder Haro y Catalán? Por medio de comprar acciones a precio de saldo regaladas merced a un pacto para que dos de los más grandes defraudadores de la historia de esta entidad se fueran de rositas, y con varios milloncejos en el bolsillo, a costa del propio club.
Las apuestas y las televisiones se están cargando el invento desde hace años. La pandemia lo único que ha hecho es romper la burbuja. A ver a cuántos se lleva por delante el tsunami.
La quiebra a la que van de manera inexorable los grandes del fútbol español merced a romper, un año sí y otro también, las normas básicas de una gestión económica equilibrada y sostenible con fichajes sobrevalorados, sueldos estratosféricos y comisiones que vuelan como cometas; parece que solo puede evitarse creando una competición elitista, un club cerrado que, como la Euroliga de baloncesto, convierte en un estorbo las competiciones nacionales, abocadas al fracaso colectivo económico y social si no se rinde pleitesía a los gigantes "que dan de comer a los demás".
Tiene gracia: una industria insolidaria, apoyada por medios de comunicación que suplican que el ritmo no pare, que destaca por su opacidad de gestión y el fraude sistemático a las arcas públicas, ahora apela a los aficionados para que otros no rompan el statu quo y puedan seguir forrándose. Más cinismo imposible.
Gran parte de la culpa de esta historia la tiene el demencial reparto televisivo, que durante lustros ha acentuado las diferencias y adulterado de manera indirecta el nivel competitivo del campeonato español. Y ahora, cuando queman las papas de la crisis provocada por la pandemia, en vez de afrontar una auténtica reestructuración de todo este mundillo desde el consenso, la lógica y el sentido común, lo que se ofrece es una huida hacia delante para seguir engordando los balances, y encima diciéndole a los demás clubes, que por lo que se ve son totalmente prescindibles, que lo hace por su bien.
No nos engañemos. Los hinchas no contamos nada para este show, nos han hecho creer que tenemos el control del fútbol y que podemos cambiar las cosas. De risa. ¿De verdad el fútbol moderno es de los aficionados? ¿Desde hace cuándo los socios de la inmensa mayoría de los clubes profesionales de este país no pueden elegir a sus dirigentes? Miremos el ejemplo que sufrimos nosotros en esta casa: ¿cómo se han hecho con el poder Haro y Catalán? Por medio de comprar acciones a precio de saldo regaladas merced a un pacto para que dos de los más grandes defraudadores de la historia de esta entidad se fueran de rositas, y con varios milloncejos en el bolsillo, a costa del propio club.
Las apuestas y las televisiones se están cargando el invento desde hace años. La pandemia lo único que ha hecho es romper la burbuja. A ver a cuántos se lleva por delante el tsunami.
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