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  • -->> Recomendación literaria: EL CRISOL o LAS BRUJAS DE SALEM, de Arthur Miller

    ‘Las brujas de Salem’, de Arthur Miller

    Un violento ataque al 'Macartismo'

    Sin duda, el género literario más importante en Estados Unidos durante el siglo XX es la novela. Es difícil encontrar en una misma generación autores de la talla de Hemingway, Dos Passos, Scott Fitgerald, Steinbeck o Faulkner. Su excepcional obra ha oscurecido a los restantes géneros, relegándolos a un segundo plano.

    No obstante, a pesar de ser esto cierto, también la poesía y el teatro presentan creadores relevantes.Ciñéndonos a éste último, dos figuras copan, sucesivamente, los escenarios norteamericanos –sin menospreciar a los posteriores Tennessee Williams y Edgard Albee-. Nos referimos a Eugene O’Neill y a Arthur Miller. El primero, llamado ‘el Ibsen estadounidense’, elaboró una visión mitológica propia del mundo. Y el segundo ha tomado su relevo, volviendo a situar el género teatral en un lugar de prestigo.

    Arthur Miller (Nueva York, 1915-2005) era hijo de emigrantes polacos que habían alcanzado una buena posición pero se arruinaron con la crisis de 1929, por lo que alternó sus estudios de periodismo con el trabajo. Se dio a conocer con el alegato contra la industria armamentística ‘Todos eran mis hijos’ (1947), pero su consagración le llegó con ‘Muerte de un viajante’ (1949), que critica la ambición de lograr el ’sueño americano’ y fue galardonada con el Premio Pulitzer.

    Cualquier tema que muestre la lucha del hombre con sus semejantes tiene cabida en su obra. Así sucede con la obra que nos ocupa. ‘Las brujas de Salem’ (1953), escrita en plena era macartista, es decir, en pleno apogeo del Comité de Actividades Antiamericanas del Senado estadounidense, a cuya cabeza se encontraba el senador McCarthy. Miller fue inculpado y, aunque finalmente salió absuelto, se vio durante un tiempo envuelto en procesos judiciales. Tras esta obra, el dramaturgo ha seguido publicando alegatos a favor de la integridad de la persona, como ‘Después de la caida’, en la que el abogado Quentin confiesa ante el público su mala conciencia.

    ‘Las brujas de Salem’, ambientada en la América colonial de 1691, se basa en un hecho real: la persecución desatada en el pequeño pueblo de Salem contra los vecinos, acusados de brujería. El paralelismo con la llamada ‘caza de brujas’ de McCarthy no puede ser más evidente. Miller recurre al manido recurso de ubicar una situación actual en el pasado para así poder criticarla con más libertad.

    La trama es sencilla. Abigail y otras amigas han ido al bosque para realizar un conjuro que les permita saber la causa de la muerte, poco después de nacer, de los siete hijos de una vecina. Descubiertas por el reverendo Parrish, padre de Abigail, inventan mil excusas para no ser acusadas de brujería.

    Así, simulan estar todas ellas hechizadas a causa de un encantamiento, del que culpan sucesivamente a gran parte de los habitantes del pueblo. A partir de este momento, mediante la acusación de brujería, todos buscarán satisfacer sus disputas y rencillas con otros vecinos.

    Abigail, la cabecilla del grupo de ‘hechizadas’, ha tenido una aventura con el granjero John Proctor, de quién ha sido criada. Enterada la esposa de éste, Elizabeth, la expulsó de la casa. Para vengarse de tal afrenta, la muchacha le envía una muñeca con agujas clavadas simulando que es la granjera la que la está encantando a ella.

    Proctor intenta por todos los medios demostrar la inocencia de su esposa. Cuenta ante el tribunal su aventura con Abigail y cómo todo lo que las muchachas están contando y que está conduciendo a mucha gente a la horca es mentira. Pero la perversa hija del reverendo no está dispuesta a rendirse y, así, obliga a una testigo a declarar que Proctor es
    el diabólico corruptor de todo el pueblo. El granjero y su mujer son encarcelados junto a otras muchas personas del condado.

    Finalmente, Abigail huye de Salem, dejando su testimonio en entredicho. El tribunal busca entonces una solución pactada: Proctor debe firmar una confesión de su supuesto satanismo para salvarse. Pero el granjero es un hombre íntegro y se niega.

    Sin duda, ésta es la lección que Miller quería dar a sus compatriotas. En un momento en que muchos de ellos confesaban ante el Senado los nombres de otros para salvarse, el dramaturgo defendía el valor de no renunciar a los principios, aunque ello supusiese la condena.

    Este es, sin duda, el tema más evidente de la obra. Pero, en ella, aparecen otros. Así –íntimamente ligado con el anterior- se nos muestra el tema del honor. Éste se halla presente a lo largo de toda la obra, pero es, sobre todo, al final, en la persona del valeroso granjero, cuando más se aprecia. Proctor muestra preferencia por morir ajusticiado antes que manchar su nombre delatando falsamente a otras personas y espeta al tribunal: ‘¡Porque es mi nombre! ¡Porque no puedo tener otro en la vida!….¿Cómo puedo vivir sin mi nombre? ¡Les he dado mi alma! ¡Déjenme mi nombre!’.

    Otro aspecto temático relevante es la crítica al poder establecido y, más concretamente, a su abuso. El abuso de poder de las autoridades eclesiásticas y civiles es denunciado sin miramientos –otro paralelismo con la era macartista-, haciéndonos ver que los que mandan –aunque los hayamos votado- no pueden gobernar y enjuiciar a los ciudadanos a su antojo, sino que deben respetar a la ciudadanía y rendirle cuentas.

    Por otra parte, de entre el gran número de personajes, sobresale la figura –una vez más- del granjero John Proctor. Es, sin duda, un carácter de una pieza. Ha tenido una debilidad con Abigail y ello le reportará tremendas consecuencias. Pero él las sabrá afrontar con dignidad, integridad y honradez, incluso pagando con su vida. Del mismo modo, durante los juicios del macartismo, hubo muchas personas inocentes que, de forma admirable, afrontaron el castigo sin perder su dignidad acusando, a su vez, a otros inocentes.

    En suma, nos encontramos ante una obra excelente, cuya variedad y riqueza de significados simbólicos le han otorgado un papel primordial en la historia literaria de Estados Unidos y ha hecho que sea representada en los teatros de todo el mundo, como alegato a favor de la rebelión del hombre ante la tiranía, sea ésta de la ideología que sea.


    La "confesión" de Proctor

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