Al hilo del post Los talibán ejecutan a tiros a una "afgana" acusada de adulterio abierto por el forero Javiel, hace pocos días, se me ha ocurrido recordar a todas las mujeres que sufren el horror y la tortura de vivir en países donde sur derechos están pisoteados.


LAS GOLONDRINAS DE KABUL


El autor de esta novela se llama Yasmina Khadra, seudónimo femenino adoptado en su día por Mohamed Moulessoul, ex comandante del ejército argelino, para poder denunciar sin levantar sospecha las lacras de la sociedad de su país.

En un Kabul miserable en el que ya no se oyen a las golondrinas, sino los graznidos de los cuervos y los aullidos de los lobos, diversos personajes se muestran incapaces de sobreponerse a un destino marcado por sus miserias, cobardías y desencantos, impuestos por la irracionalidad del integrismo islámico. La represión social y religiosa en el Afganistán gobernado por los talibanes tiene como principales manifestaciones la banalización del mal, la histeria de las masas, las humillaciones, las ejecuciones en forma de lapidación y la soledad cuando sobreviene la tragedia.

A pesar de lo poético del libro, está ambientado en un Kabul que no está en su mejor momento, en pleno régimen talibán. La ciudad es un montón de ruinas después de años y años de guerra y todo lo que no sea una actividad religiosa está prohibido, incluso la risa en público o que hombres y mujeres (incluso siendo matrimonio y estando la mujer tapada de la cabeza a los pies con la burka) conversen a la vista de extraños. El país queda reducido a un atraso y un estado de ignorancia terribles; y en este ambiente vive una población triste, agotada y con miedo permanente a los milicianos que se encargan de mantener la pureza de los habitantes. Además, cualquier comentario que se haga con el vecino puede ser malinterpretado por las autoridades religiosas, así que hay que tener mucho cuidado con lo que se diga por si pudiera llegar a las orejas equivocadas.

Los protagonistas del libro son Atiq, antiguo combatiente y carcelero de la prisión de mujeres, Moshén, un universitario en paro, y las mujeres de ambos. La mujer de Atiq está gravemente enferma y los médicos no tienen remedio para ella. Sus amigos le dicen que lo “más sensato”es repudiarla, ya que a fin de cuentas “no es más que una mujer”, por mucho que haya hecho por él (salvarle la vida en la guerra). Él no es capaz de repudiarla, pues la sigue queriendo aunque esto no esté muy bien visto.

Por otro lado Moshén y su esposa son un matrimonio culto y educado que, desde que está en vigor el régimen talibán, no salen casi nunca de casa. Un día deciden salir a dar un paseo, pretendiendo que la cosas no han cambiado y ahí es donde empieza su desgracia.

No os voy a desvelar el final de la historia, por una serie de casualidades todos los protagonistas comparten el capítulo final de la novela, cuando sus vidas se juntan.

En los textos aparece Moshén y su mujer llamada Zunaira. En el primero ella expone las razones por las que no le gusta salir a la calle, y en el segundo, una vez convencida por Moshén, refleja sus sentimientos al ser separados y obligados por los milicianos, él a ir a rezar a la mezquita, y ella, a esperarlo fuera hasta que acabe. Y todo, porque iban paseando juntos en plena calle…

[…] deben de ser las diez y el sol ya no tienen freno. El aire está cargado de polvo. Envuelta en el velo como una momia, Zunaira se asfixia. La ira le oprime el vientre y le anuda la garganta. La ponen aún más nerviosa unos deseos locos de alzar el capuchón buscando una hipotética bocanada de aire fresco. Pero no se atreve ni a enjugarse con un pico de la burka el sudor que le chorrea por la cara. Igual que una loca atrapada en una camisa de fuerza, se queda desplomada en la escalera, derritiéndose de calor y oyendo cómo se le acelera el aliento y le late la sangre en las venas. De repente le inunda el rencor contra sí misma por estar ahí sentada al sol, entre unas ruinas, igual que un hatillo olvidado, atrayendo, a veces, los ojos intrigantes de los transeúntes y, otras, las miradas despectivas de los talibanes. Se siente como un objeto sospechoso expuesto a todo tipo de preguntas, y eso le atormenta. La vergüenza de apodera de ella. Tiene clavada en el pensamiento la necesidad de salir huyendo, de volver en el acto a su casa, de meterse en ella dando un portazo y no volver a salir más. ¿Por qué accedió a acompañar a su marido? ¿Qué esperaba encontrar en las calles de Kabul que no fueran miseria y afrentas? ¿Cómo ha podido aceptar ponerse este atuendo monstruoso que la reduce a la nada, esta tienda de campaña ambulante que supone para ella una destitución y un calabozo, con esa careta de rejilla que se le estampa en la cara como celosías microscópicas, esos guantes que le impiden reconocer las cosas al tacto y ese peso que es el de los abusos? Y sin embargo ha sucedido lo que ella se temía. Sabía que su temeridad la exponía a lo más aborrece, a lo que rechaza incluso dormida: la degradación […]

[…] Una irreprimible rabia le oprime el pecho, le fustiga el corazón y le hincha las venas del cuello. Se le nublan los ojos. Está a punto de romper en sollozos. Haciendo un esfuerzo inaudito empieza por apretar los puños para que dejen de temblarle, endereza la espalda y se esfuerza por controlar la respiración. Poco a poco va ahogando la ir, paso a paso deja de pensar. Tiene que aguantar el padecimiento con paciencia y esperar a que regrese Moshén. Bastará una torpeza o una queja para se exponga inútilmente el celoso enardecimiento de los talibanes[…]

Las golondrinas de Kabul.
Pag. 97-98. Alianza Editorial