Así me siento con el Betis, así me siento con el médico que me sacó de un profundo coma en el que las pesadillas se iban reproduciendo a peor y que por un tiempo me hizo vivir intensamente un beticismo en el que me sentía ilusionado, pensando que el Betis podía salir de las sombras por su propio pie.
La historia parece que se reproduce en nuestro Betis, el médico en el que confiábamos para atajar los síntomas de males pasados, en equilibrar la fiebre bética, nos ha salido rana, nos ha vuelto a dejar al libre albedrío de la enfermedad, nos ha puesto de nuevo en la casilla de salida quemando, de paso, tantos y tantos esfuerzos de béticos que difícilmente volverán a unirse si no viene nueva fuerza detrás empujando.
En eso uno se siente hasta responsable, responsable de que tras haber contemplado tanto mal al Betis haber confiado, haber pensado que estábamos todos en el mismo lado, en buenas manos, porque todos queríamos lo mejor para el Betis.
Pero bien es cierto que he visto estos meses cómo béticos en los que creo me avisaban de movimientos díscolos, lejos de la lógica futbolera, de la lógica bética. Cantera, cuentas, fichajes, personajes, movimientos y estructuras.
Todo parecía indicar que habíamos pasado de época. Como de la edad media al siglo 21 en un abrir y cerrar de ojos. Pero no fue así, un inmenso trampantojo nos mostró un mundo ficticio que salta en pedazos ante nuestros ojos, y con él muchas de nuestras ilusiones, del esfuerzo de muchos béticos a los que admiro y que pusieron piedra a piedra, ladrillo a ladrillo, para lograr un Betis mejor.
Ojalá el Betis no termine devorado por la enfermedad como aquella película y lleguen nuevos facultativos que huyan de recetas granadinas, de placebos garridistas, y que las terapias tengan como ingredientes mucho beticismo e imaginación.
Se antoja imprescindible un reseteo de la situación, un volver a empezar en el que no se confunda una gestión alemana con un rollo de papel higiénico.
El Betis es un estado de ánimo, una manera de vivir, algo que agarra a sus seguidores de tal manera que hay que saber transmitirlo a todos los integrantes que tienen la inmensa suerte de trabajar en sus entrañas. Y esa suerte tiene que transmitirla quien comande la nave, a cada momento, a cada segundo.