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ID:	6575104Más de lo mismo. Así podría resumirse la visita del Betis al Camp Nou, un estadio en el que el equipo volvió a dar la cara ante el ‘todopoderoso’ Barcelona, pero acabó cayendo por culpa de una mezcolanza perfecta entre la rigurosidad arbitral, que curiosamente siempre aparece favoreciendo al bando contrario, y los errores defensivos. Así, los verdiblancos sumaron una derrota más en este campeonato, que eleva el total hasta veinte, máximo histórico del club en Primera. Y eso que todavía restan por jugarse seis jornadas más.

En cualquier caso, es cierto que la escuadra de las trece barras cumplió con creces en la Ciudad Condal y prácticamente nunca le perdió la cara al partido. Ni siquiera durante una primera parte en la que se vio que los hombres de Calderón dominaban la teoría, aunque no la práctica. Buscaban hacer daño a los azulgranas a base de rápidas salidas a la contra con Vadillo y Cedrick como estiletes por las bandas. Sin embargo, ni el puertorrealeño ni el congoleño aportaron la verticalidad que se les exigía, algo que obligó a Baptistao a retrasar demasiado su posición, dejando sin fuerza a una zona de vanguardia en la que se echaba muchísimo de menos a Rubén Castro y Jorge Molina.

Precisamente la salida de ambos a los 60 minutos, cuando el marcador reflejaba ya un 1-0, cambió las cosas. Los verdiblancos parecían estar en disposición de lograr el empate, pero entonces llegó la sentencia con un autogol de Figueras, que en territorio barcelonista volvió a sacar a relucir ese catálogo de errores que parecía haber dejado atrás hace algún tiempo. Un varapalo que, de todas formas, no hundió a los heliopolitanos, que acortaron distancias instantes después por medio de Rubén Castro.

A partir de ahí, el Betis, consciente de que ya no tenía nada que perder, buscó morir matando. Se hizo dueño del esférico y buscó una igualada que casi habría tenido sabor a triunfo. No obstante, Prieto Iglesias frenaría el empuje de los de Calderón sacándose de la manga un penalti, el segundo de la tarde, por una mano de Amaya que bien pudo ser involuntaria. Adán estuvo a punto de dejar sin efecto ese castigo al repeler el tiro de Messi, pero el argentino no perdonó en el rebote, firmando un 3-1 exageradísimo a tenor de los méritos de uno y otro equipo.

De este modo, la escuadra de las trece barras sufrió una derrota con la que todo el mundo contaba y que, a estas alturas, poca importancia tiene ya de cara a lo que resta de competición. La suerte está echada y las matemáticas empiezan a ponerse tan exigentes que solo valdría ganarlo todo y esperar un milagro. Y eso, con la fortuna mirando para otro lado es poco menos que soñar despierto.

El único aliciente que resta es dar una alegría a la afición en la mañana del Domingo de Ramos, tumbando al eterno rival en el Villamarín. Una satisfacción que, pese a todo, no serviría para maquillar una temporada para olvidar y a la que aún le restan seis semanas por delante, las mismas que para este Betis que nunca ha sabido arrancar tendrán un marcado sabor a trámite y despedida.