El brasileño durante un partido con la camiseta del Real Betis BalompiéUna de las frases más repetidas durante las pretemporadas ese ultimátum que siempre hacen los técnicos a sus jugadores: “quien no esté comprometido, que se baje del barco”.

Esta idea se pasó demasiado por alto en Heliópolis durante el pasado curso, puesto que pese a que muchos jugadores que dieron muestras más que suficientes de que la guerra por la permanencia no iba con ellos, jamás se les mandó a la grada, sino que domingo tras domingo se les premiaba con entrar en la convocatoria.

Sin embargo, parece que por fin las cosas empiezan a ser diferentes. De hecho, Julio Velázquez ha tenido menos paciencia que sus predecesores en el cargo con un Nosa que sigue viviendo en su mundo y al que, por fin, el Betis se ha cansado de esperar. Un jugador que, incluso desde la negociación de su fichaje, ha sido un problema constante, que ha dado más que hablar por temas extradeportivos que por los dos detallitos y el gol al eterno rival que regaló sobre el terreno de juego.

Alguien que cuenta con condiciones físicas y calidad suficiente como para ser un crack, pero al que su carácter caprichoso e inmaduro le están cortando de raíz una progresión que muchos soñaban que lograse sus cotas más altas vestido de verdiblanco.

Pero si no está por la labor de apretar los dientes y batirse el cobre cada semana en busca del ascenso, mejor que se vaya, que al vestuario le sobran ‘estrellitas’ y, sobre todo, estrellados.

Afortunadamente, la salida del nigeriano al Maccabi es inminente.

Cuando se produzca, habrá que centrarse en Juanfran, quien aturdido quizás por el golpe que supuso el descenso a Segunda ha olvidado todo su beticismo de red social y las fotografías apasionadas en las que no dejaba de besar el escudo.

Ha dejado clarísimo que no quiere seguir e, incluso, ha llegado a hablar de la pretemporada como si estuviese en el patíbulo y condenado a muerte. La única solución es buscarle destino, una tarea en la que, para colmo, la entidad de las trece barras se ha puesto exigente.

Sus peticiones resultan demasiado altas para los ofrecimientos que llegan, olvidando que el ex del Castilla llegó libre y que, por tanto, cualquier cantidad que se recaude por él será sinónimo de beneficio, máxime cuando su aportación al equipo, con Molinero apuntando a titular indiscutible, será prácticamente nula.

Otra cosa son los casos de Paulao, quien dijo adiós al club de manera oficiosa con su indigna petición de cambio ante el Rayo, y Braian, que sigue sin convencer a nadie. Ambos están a la espera de ofertas interesantes para cambiar de aires, algo que, en primer lugar, deben hacer cuanto antes aquellos que no estén plenamente identificados con el nuevo proyecto.

No en vano, en la Segunda división pesa más la actitud que la calidad, por lo que se necesitan jugadores que tengan los cinco sentidos puestos en la lucha por el ascenso. Porque hay que tener claro que sólo con el nombre no se sube.

Resta por delante una maratón de 42 ‘finales’ aptas únicamente para valientes y gente con ambición, destinadas a aquellos que sueñan con brillar sobre el césped, sea en la categoría que sea, y no en contratos millonarios.

Todavía se está a tiempo para continuar con la criba en el vestuario, dando la razón a ese tópico tan antiguo como el propio fútbol en el que se invita al que no esté implicado a saltar y abandonar el barco.


J. Julián Fernández