Quedó clarísimo frente al Alavés, en un partido donde los vitorianos hicieron lo que quisieron con los verdiblancos partiendo de uno de los planteamientos más simples y antiguos que existen en el fútbol: defensa férrea con las líneas muy juntas atrás y rápidas salidas en ataque.
Es más, ante este guión el salmantino no supo cómo actuar, hasta el punto de acabar el partido con Cejudo y Lolo Reyes en los laterales mientras buscaba la remontada dejando a dos delanteros (Jorge Molina y Chuli) en el banquillo.
Con todo ello se cocinó un desastre que borró de un plumazo esa mejoría a la que algunos todavía se agarraban para ser optimistas, apretando aún más la soga al cuello de un entrenador que no debería dirigir al equipo este fin de semana contra el Llagostera.
Porque ya no existen ni argumentos ni paciencia para enmascarar un fracaso estrepitoso, que ha ayudado a que vuelen 21 puntos de los 42 que se han disputado y a que se vea incluso el descenso más cerca que ese dúo de cabeza que tiene permiso para soñar con su vuelta a Primera.
Se han perdido 14 jornadas, más de un cuarto de Liga, y, por tanto, ya no se puede esperar más una reacción que con el actual míster jamás va a llegar.
Aunque también es justo reconocer que Velázquez no es el único culpable. De hecho, el vestuario es cómplice de la situación, ya que salvo contadísimas excepciones, la implicación y la calidad brillan por su ausencia.
Así, resultan sintomáticas las declaraciones de uno de los capitanes, Xavi Torres, que al decir que no vería lógica una destitución del entrenador “porque el equipo no está en descenso” dejó bien claro que la plantilla sigue sin saber de qué va la guerra.
No en vano, ese discurso sería ideal en Primera y con la permanencia como objetivo, pero no en una Segunda división donde la escuadra de las trece barras está obligada a ver al resto de sus rivales por el retrovisor.
En este sentido, si esa es la forma de pensar de los pesos pesados del plantel ¿cómo se les va a pedir que se dejen la piel sobre el campo?
Además, siempre queda ese recurso tan manido de decir que “todavía queda un mundo” o el maquiavélico “con dos victorias consecutivas todo mejorará”, justo los mismos argumentos que la pasada temporada depararon uno de los mayores ridículos que se recuerdan por Heliópolis, con un descenso que se barruntaba desde el final de la primera vuelta y que sólo las matemáticas se empeñaron en aplazar hasta abril.
Y es que con tanto llamamiento a la calma se sigue olvidando que la base del éxito en Segunda reside en correr más y mejor que el rival, ya que con el nombre, la historia y la afición sólo no se ganan partidos. Pero pedirle eso a un vestuario que continúa viéndose por encima del bien y del mal, pecando de autosuficiente jornada tras jornada, resulta poco menos que esperar peras del olmo.
Como también lo es pensar que la dirección deportiva sabrá subsanar sus errores del verano en el mercado invernal. Si teniendo un amplísimo abanico para encontrar refuerzos hace meses Alexis se trajo a futbolistas como Molinero o Casado, ¿quién puede confiar en que ahora, con un margen de maniobra mucho menor, se vaya a acertar?
Si ni siquiera tirando de chequera con N’Diaye o con apuestas sobre seguro como Cejudo lo ha hecho ¿qué más se puede esperar?
Sobre todo, cuando ha permitido que Velázquez llegue hasta la jornada 14 pese a merecer su destitución desde hace muchas semanas.
Pero la inoperancia no sólo está en la parcela técnica, sino sobre todo en un palco entregado al inmovilismo, que no toma decisiones porque no sabe y que se encomienda a que el paso del tiempo sonría a sus intereses.
Al menos, queda el consuelo de que los Domínguez Platas, Casas, Sánchez Pino y compañía tienen fecha de caducidad, puesto que, salvo sorpresa mayúscula, todos harán las maletas tras la junta del próximo 9 de diciembre.
El problema es que con el club judicializado y sin que puedan entrar inversores externos, las opciones para relevarlos siempre ofrecen dudas. Máxime cuando en estos últimos años ha quedado claro que cualquier cosa no mejora lo anterior.
Y así, entre unas cosas y otras, el caos sigue campando a sus anchas por Heliópolis, haciéndose dueño de un club que debía dar miedo a sus rivales y que, con el paso de las semanas, sólo lo provoca a sus propios aficionados.
Un equipo en cuyo vestuario falta calidad e implicación, pero al que en sus despachos le sobra muchísima gente. Ese desastre llamado Betis que sigue sin ver el suelo pese a llevar tantísimo tiempo cayendo en picado.
J. Julián Fernández