Afición BetisLa tarde del domingo se quedó soleada, plácida y feliz tras la victoria del Betis en Barcelona y, sobre todo, tras la demostración de amor, fidelidad y entrega a sus colores de los béticos de Cataluña en el Mini Estadi. Pero, como reza el dicho, “si hace un día precioso, ya verás como viene alguien y lo jode”.

Mi gilipöllas de turno apareció en twitter para joderme el atardecer, mientras yo buceaba en la red en búsqueda de fotos, comentarios y testimonios sobre la emocionante tarde bética en la casa culé, convertida en la nuestra durante un par de horas.

A mi gilipöllas de turno, sevillista por accidente (gilipöllas hay en todos lados), no se le ocurrió otra memez que calificar a los béticos residentes en Cataluña como *********, por considerarlos hijos ilegítimos de Sevilla, ciudad sobre la que determinados palanganas se atribuyen derechos patrimoniales exclusivos. Ilegítimos en contraposición a los supuestamente legítimos aficionados nacidos en la capital hispalense.

Lo que este memo ignora, entre otras muchas cosas, es que los béticos catalanes, como los que vivimos en Madrid, en la propia Sevilla, o en cualquier otro punto del universo, somos seguidores de un equipo que es más que un equipo y de un sentimiento que desborda las fronteras de la ciudad sevillana para convertirse en santo y seña de su provincia y de Andalucía entera.

Pero, ignorando lo inconsistente de insulto y razonamiento, debo confesar que incumplí una de las normas sacrosantas de las redes sociales (espaldas anchas, no hacer caso al troll) y entré al trapo. Yo le insulté, el me insultó a mí, y mantuvimos un inútil intercambio de comentarios supuestamente ocurrentes, intentando quedar el uno por encima del otro. Al final, le callé la boca y dejó el tema. Pero consiguió su propósito. Me jodió la tarde. Y no por las referencias a mi persona, que está para eso y para lo que haga falta, sino por la desconsideración y la ofensa innecesaria a un colectivo que me merece no ya admiración y respeto, sino aprecio y devoción auténticos.

Lo de los béticos en Cataluña, exiliados por la miseria y la necesidad los más veteranos, hijos y nietos de éstos los más jóvenes, es un auténtico milagro de fe e insistencia, de cariño a los colores y de fidelidad a unas señas de identidad que, como apuntaba antes, desbordan lo futbolístico para identificarse con Andalucía, con sus tradiciones y con el orgullo de ser andaluz.

Un sentimiento, una manera de entender el beticismo, que se parece punto por punto, emoción tras emoción, a cómo queremos al Betis los que vivimos lejos de Heliópolis, en Madrid o en cualquier otro punto, y luchamos cada día por propagar la buena nueva, hacer ver la luz de la fe verdadera a los que nos rodean y transmitir nuestra afición a nuestros descendientes.

Las fotos y videos del domingo antes, durante y después del partido; los actos celebrados por el Real Betis durante el fin de semana en Cataluña; así como los relatos e historias de familias y grupos de amigos que han reflejado los distintos medios de comunicación estos días demuestran que lo del beticismo no tiene límites ni fronteras y que en tierras catalanas alcanza su máxima expresión.

Más de 20 peñas activas y más de 8.000 béticos presentes ayer en el Mini Estadi, convertido en un pequeño Benito Villamarín, himno, cánticos y ola incluidos. Chapeau. Un ejemplo a imitar. Un camino a seguir. Legítimos o ilegítimos, da igual. Béticos. ********* o no, benditos seáis.


@danielgilperez
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