El jugador del Real Betis durante el partido contra el BarcaPara el Betis, ya se ha acabado por completo la temporada. Sabe que, pese a a esa remotísima posiblidad de descenso, la permanencia está en el bolsillo y ya se piensa por completo en la campaña que viene. Se asume que lo que queda es un mero trámite que hay que cumplir, pero poco más. Y esa idea la comparten tanto en el vestuario como en los despachos y la grada.

Por eso, apenas dolió en Heliópolis la derrota ante el Barcelona. Un varapalo previsible, pero que sólo pudo hacerse realidad cuando los azulgranas jugaron con uno más. Porque la escuadra de las trece barras salió bien plantada e incluso contestona hasta que Westermann tuvo que irse a la caseta antes de tiempo. A partir de ahí, esa obcecación de Merino con defender olvidándose por completo del ataque y el enésimo error de Pezzella sirvieron la victoria en bandeja de plata a los visitantes.

Para entonces, parte de la afición sufría amnesia y, lejos de exigir responsabilidades por el esperpento perpetrado por el equipo en el derbi, entonaba el himno del Atlético de Madrid, como si el Benito Villamarín se hubiese convertido por arte de magia en el Vicente Calderón. Parecía que la grada, además de olvidar cuál es su equipo, ha borrado de su memoria el discurso de una exigencia sin cuya presencia la posibilidad de crecer se convierte en algo imposible. Aunque si nadie lo hace suyo en la entidad, ¿por qué va a verse una excepción la grada?

Es más, se puede llegar incluso a pensar que se trata de una interpretación demasiado libre de esa idea del presidente, Ángel Haro, de que el club colchonero es el espejo en el que hay que mirarse. Lástima que mientras en la ribera del Manzanares se da continuidad a los proyectos aquí, al final de la avenida de La Palmera, son los continuos bandazos los que acaparan todo el protagonismo.

El último ha puesto fin a un plan a cuatro años en apenas uno, mostrándole la puerta de salida a un Eduardo Macià cuyo trabajo, como todo, resultó manifiestamente mejorable, pero al que nadie le podrá negar que pese a mil y una dificultades ha cumplido el objetivo.

Ahora le toca el turno a un Torrecilla que llega con menos currículum que el valenciano, aunque con la posibilidad bajo el brazo de traer al banquillo heliopolitano a un Quique Setién que le cambió por completo la cara a Las Palmas, un equipo que hasta su llegada parecía casi desahuciado.

El tiempo dirá si este enésimo cambio sirve para sentar las bases de un Betis que no se conforme únicamente con la permanencia, sino que mire más allá, peleando por entrar en torneos europeos e, incluso, títulos. Porque, de momento, y a falta de dos jornadas por disputarse, en La Palmera nadie piensa ya en lo que pueda deparar aún esta temporada. Con la permanencia asegurada, ni se siente ni se padece. Sólo se dejan pasar los días esperando que el futuro sea por fin mejor.

J. Julián Fernández