Es el momento de la paciencia, pero también de empezar a obtener resultados e ir ganando confianza de cara al futuro. Todavía valen las excusas, pero cuanto antes se vayan dejando atrás, muchísimo mejor. Algo que el Betis quería hacer contra el Deportivo, pero que resultó imposible visto el rendimiento que ofreció el equipo sobre el césped.
Ni fue protagonista, ni supo qué hacer con el balón, ni finalizó las jugadas ni supo ahogar al rival con la presión adelantada. No tuvo señas de identidad ni ritmo ni intensidad. En definitiva, el conjunto verdiblanco decepcionó muchísimo en su primer partido de la temporada en casa, quedándose a años luz de lo que se prometió que sería en pretemporada.
Después de casi dos meses de trabajo, la sensación no es que se vaya evolucionando, sino todo lo contrario, sacando a la luz cada vez más puntos débiles que inquietan a una grada que ya no tiene los nervios para que le pidan más tiempo. De hecho, así lo hizo saber al final del partido, con una pitada que Poyet no entendió.
Como tampoco supo la afición cuál fue el criterio que siguió el charrúa a la hora de hacer los cambios ni que éste dijese que contra el Deportivo arrancaba de verdad la Liga y el equipo pareciese estar a principios de pretemporada. Por no hablar de lo paradójico que resulta pedir calma en la sala de prensa y haberse enzarzado minutos antes con el árbitro en el túnel de vestuarios culpándole de no haber ganado (cierto es que pudo pitar penalti en la mano de Mosquera, pero él no es el culpable de que el Betis fuese incapaz de crear ocasiones claras).
Y todo ello, tras apenas dos partidos oficiales. Al final, va a venir bien el parón para devolver las aguas a su cauce, pulir errores e intentar recuperar esa ilusión que se disparó antes de que el balón echase a rodar y que ahora brilla por su ausencia. Todo el mundo ha de hacer examen de conciencia y asumir que se han sacado los pies del plato, porque aunque los cinco puntos que se han escapado no volverán todavía hay tiempo de sobra para arreglarlo.
Aunque para conseguirlo hay que empezar a poner remedio cuanto antes, a base de trabajo y llevando a la práctica el eslogan de la campaña de abonos, pensando sólo en ofrecer hechos a una hinchada que no puede estar ya sin uñas a estas alturas de curso. Hay que ser críticos, por supuesto, pero de ahí a ser catastrofista hay un buen trecho. Aún se puede evitar más de lo mismo y dar por fin ese salto que tanto tiempo se lleva esperando. Pero si cada uno hace la guerra por su lado, será imposible abandonar la mediocridad en la que el club lleva años instalado.