Yermo en ataque, plano en ideas y frágil en defensa, sólo el acierto de Adán bajo palos y la falta de puntería de los delanteros de la Real Sociedad evitaron que el 1-0 que registró el marcador fuese mucho más sonrojante para un Betis que nunca dio la talla. Los experimentos de Poyet, que removió el once inicial, resultaron baldíos, condenando a un conjunto en el que faltó frescura entre los habituales y ganas de hacerse con la titularidad a aquellos que se han acostumbrado a ver los partidos desde el banquillo.
No hay tanto fondo de armario como parecía, ni alternativas en un vestuario que sigue a años luz de lo que se pregonó sobre él en los últimos meses. En su descargo no hay que olvidar que aún sobra tiempo para que ofrezca su verdadero nivel, pero cada jornada que se dispute sin conseguirlo será sinónimo de un nuevo paso atrás en un camino donde, tras muchísimo tiempo esperando, sólo vale andar de frente.
Algo que en San Sebastián no hizo una escuadra de las trece barras que involucionó a marchas forzadas, demostrando que actualmente sólo tiene la garra y la calidad de Adán, Rubén Castro y Joaquín como argumentos para soñar. Más allá de eso, todo hace aguas. Cuando no es uno, es otro. Y en Anoeta parece que todos se pusieron de acuerdo para desaparecer al mismo tiempo.
Ese Betis protagonista que se lleva vendiendo desde verano y que sólo ha aparecido a cuentagotas volvió a ausentarse en tierras donostiarras. Cuando todo parecía tranquilidad y optimismo, el equipo volvió a caerse en lo más llano. Justo en el momento en el que por fin podía asentarse en la zona media de la tabla, le entró el vértigo y miró para otro lado. Precisamente a la hora que podía quebrar otro gafe legendario, le temblaron las piernas y acabó claudicando. Y así, dar el estirón es imposible.
Justo antes de un parón que debía servir para reponer fuerzas, se vuelve a un clima de nerviosismo y desconfianza en el que a Poyet le sobra trabajo y le faltan argumentos. Más de la mitad de los puntos (13 de 21) han volado. Las dudas se multiplican y sigue sin encontrarse continuidad. Hay mimbres para más, por supuesto, pero ya no es tiempo de palabras, sino de hechos. La grada necesita creer y no le dan razones para hacerlo. Queda tiempo, sí, de acuerdo, aunque la paciencia no es eterna.
Menos aún cuando se quería mirar a la clasificación de mitad de la tabla hacia arriba. Lo hecho hasta ahora sirve para quien tiene como única meta escapar de los ‘bajos fondos’. Para pensar en algo más, urge apretar el acelerador cuanto antes y empezar a dejar atrás a los rivales. Porque cada frenazo penaliza, incluso a estas alturas de competición. Aunque hay margen para arreglarlo y la fe mueve montañas, tampoco se pueden pedir peras al olmo, ni esperar que haya fieles que tomen como un dogma irrebatible un proyecto que no para de ofrecerle parones en seco.