Se sigue incurriendo en el error de vestir muy bien las ruedas de prensas con buenos propósitos que rara vez llegan a buen puerto. Se cumple en lo referente a la creación de estructuras y toda la parafernalia que rodea a una entidad de Primera división. Pero, pese a todo, se continúa fallando en lo más básico, siendo incapaz de hablar sobre el césped y convencer a la pelotita de que debe entrar en el marco rival.
Un problema endémico en este Betis que por historia y masa social debería estar muchísimo más arriba, acostumbrado a pelear en las alturas y aspirar a jugar finales de verdad y no a esas que sólo lo son entre comillas. Un club donde se hable de proyectos de verdad, no como medio de disfrazar los continuos bandazos que se dan en su seno; que se crea realmente en lo que se hace y se trabaja desde los despachos, tomando como punto de partida realidades tangibles y no tan dudosas como ese décimo puesto del pasado curso que acabó cayendo como caído del cielo.
Pero en Heliópolis parece imposible soñar con algo así. Se promete cada año que por fin se está en el camino correcto, la ilusión logra reactivarse y se vuelve a soñar más fuerte y más alto. Aunque la esperanza sólo dura unos meses, los justos para que el castillo de naipes se caiga de nuevo, sacando a la luz las carencias de otra tentativa a la que sobraron promesas y palabrería, pero faltaron resultados.
Porque, a tenor de lo visto, esta temporada tampoco llegará ese tan ansiado salto de calidad. Es probable que haya plantilla y tiempo para lograrlo, pero falta un timonel que sepa dirigir al grupo desde el banquillo. Poyet tiene claro desde hace meses a qué quiere jugar y cuál es la identidad que quiere en su equipo. Lástima que éste no se dé por enterado y que lejos de crecer se siga involucionando.
El charrúa asume que ya no se puede agarrar a las excusas, pero tampoco anda sobrado de tiempo. Su margen de maniobra se reduce casi a la misma velocidad a la que aparecen las archiconocidas ‘finales’ en el calendario. Su planteamiento no cuaja ni tiene visos de hacerlo a corto plazo. El campo se le hace enorme a sus pupilos, con un abismo entre líneas y una medular convertida en agujero negro por la voluntad de Petros y Brasanac de querer estar en todas las guerras.
A ello habría que unir que Rubén Castro se diluye en banda y que Piccini, pese a soñar con ser internacional, difumina cualquier fortaleza defensiva. Detalles que están sobre la mesa desde hace semanas, pero que el uruguayo no ha querido ver ni subsanar. Sigue empeñado en ese 1-4-3-3 con el que ni se es protagonista ni se controla el juego, sino que apenas sirve para ir perdiendo crédito a marchas forzadas.
Lo mismo que una directiva que se aferra a la excusa de que aún queda tiempo para enmendar la plana. Prometió hechos y no palabras, aunque el devenir de los acontecimientos se está encargando de darle completamente la vuelta a la tortilla. Mientras, el equipo se desangra en la tabla y empieza a coquetear con el descenso. Lo mismo de siempre con protagonistas distintos. Un cuento ya conocido del que, a menos de que alguien tome cartas sobre el asunto, todo el mundo conoce ya el final.
Y éste no se encuentra en las alturas, sino sufriendo por evitar los ‘bajos fondos’, instalado en una mediocridad que, de seguir así, este año tampoco se podrá abandonar. Será imposible hacerlo mientras, de una vez por todas, este Betis no deje de hablar en ruedas de prensa y declaraciones públicas para hacerlo en el campo; hasta que no se haga realidad ese eslogan de la campaña de abonos que va camino de convertirse otra vez en papel mojado.
Sobran rapsodas que llamen a la calma con grandes dosis de palabrería, con promesas y buenos propósitos que nunca van ningún lado, sólo al cajón de los sueños rotos de una afición que lleva esperando demasiado.