Ayer era el día indicado, señalado en el triste calendario futbolístico que tenemos los béticos y béticas. Conforme me acercaba al estadio de Heliópolis, sentía el nerviosismo y la incertidumbre apoderarándose de mí, llegué a mi asiento, miré a los lados y veía un campo lleno, con todos cantando y animando a nuestro maltrecho y vilipendiado betis. En las gradas parecía que se estaban jugando alguna copa en lugar de la enorme tristeza del descenso, no paraban de animar, incluso después del gol contrario, que nos hacía más real aquella pesadilla que empezó hace cuatro años, continuaban sin descanso diciendo eso de beti,beti,beti. De pronto una leve esperanza nos iluminó con nuestro último gol en primera, mi corazón latía a una velocidad que ya la quisieran los que vestían ayer con rayas verdiblancas, solo nos faltaba marcar de nuevo para seguir con esta agonía el próximo año, pero no había manera. Hasta que el árbitro armó su brazo y emitió un sonido tristísimo para los que ayer sentíamos en verdiblanco, señaló el final del partido, de la temporada y de mi Betis en primera. Volví a mirar a los lados, igual que al principio, y solo óbservaba lágrimas, coraje, sufrimiento y mucha, muchísima tristeza. Esta mañana, al levantarme, esa tristeza desapareció durante esos segundos que tardas en tomar conciencia de que estás despierta, pero enseguida recordé lo sufrido ayer y la tristeza volvió a embriagarme.