20 meses. Una temporada y media. 65 partidos (63 en Segunda y dos en Primera). 130 puntos acumulados.
Los números del equipo desde el redebut de Víctor Fernández son poco menos que espectaculares. Poco nos acordamos ya de aquel partido perdido en Valencia ante el Levante que supuso la destitución de Antonio Tapia, y la vuelta de Víctor con victoria en Córdoba gracias a un gol de Jonathan Pereira.
Mucho ha cambiado el equipo en todo este tiempo.
Hemos pasado de tener una plantilla con gente acomodada a tener un auténtico bloque, donde la cantera tiene un especial protagonismo. Jugadores como Beñat, Rubén Castro, Iriney o los nuevos como Vadillo o Pozuelo están llamados a hacer grandes cosas con la camiseta de las trece barras. Pasados están los Voguel, Odonkor, Sobis, Babic, Ilic y demás experimientos donde nadie tenía claro el rumbo que se estaba tomando. Pasados están los futbolistas a los que daba pena ver con nuestra camiseta, porque simplemente no daban la talla.
Hemos pasado de no tener director de orquesta fijo (Chaparro, Nogués, Luis Fernández, Irureta, y más y más) a presumir de tener un entrenador que mejora jornada a jornada. Un entrenador que ha pasado por momentos complicados, por críticas (entre los que me incluyo) cuando no entendíamos sus planteamientos (empate a 2 en casa contra el Barcelona B, 5 derrotas consecutivas), de posiblemente equivocarse (humano es), por momentos en los que todos tirábamos de hemeroteca para ver si Mel en su carrera hacía segundas vueltas peores o mejores que las primeras, a ganar partidos por sí mismo. A saber lo que tiene y cómo utilizarlo. A motivar a una plantilla en la que todo el mundo puede aportar, desde el principio o como revulsivo. A tener una extensión en el campo que ha nacido en Brasil pero que podría decirse que se ha criado en una calle cualquiera de Triana.
A que los resultados le den la razón en Liga, a la vez que nos dan premios en Copa.
Y hemos pasado de un esperpento en la dirección del club a una situación en la que por fin parece que se están construyendo los cimientos de algo grande. Porque un equipo con la capacidad de ingresos y con la masa social del nuestro no puede estar en manos de quien no sabe gestionar algo tan grande y tan especial como el Betis.
Pero algo sí ha permanecido. La afición, tanto durante este año y medio de buenos resultados como durante los anteriores, nunca dio la espalda. Las entradas tremendas en Heliópolis, los desplazamientos masivos a Salamanca donde no se subió, a Tarragona donde sí (aunque en el AVE de vuelta), demuestran que este club nunca está ni estará solo.
No somos un equipo de Champions League ni de Europa League. No somos un equipo poderoso como otros. Aún.
Porque la inercia mantenida en este tiempo, las sensaciones y las decisiones, hacen pensar que, de aquí a un tiempo prudencial, podremos tomar el relevo de los Villarreal, Valencia o Sevilla, que, gracias a buenas planificaciones deportivas, a apoyos institucionales o a una mezcla de ambos se han hecho un hueco en la élite.
Estamos ilusionados, pero no eufóricos. Porque somos una afición madura y ejemplar, que sabemos estar a la altura y no lanzar campanas al vuelo cuando aún no han sonado.
Que nadie tenga ni una décima parte de la más mínima duda.
Somos el Real Betis. Y hemos vuelto.
Pero esta vez para quedarnos.
Los números del equipo desde el redebut de Víctor Fernández son poco menos que espectaculares. Poco nos acordamos ya de aquel partido perdido en Valencia ante el Levante que supuso la destitución de Antonio Tapia, y la vuelta de Víctor con victoria en Córdoba gracias a un gol de Jonathan Pereira.
Mucho ha cambiado el equipo en todo este tiempo.
Hemos pasado de tener una plantilla con gente acomodada a tener un auténtico bloque, donde la cantera tiene un especial protagonismo. Jugadores como Beñat, Rubén Castro, Iriney o los nuevos como Vadillo o Pozuelo están llamados a hacer grandes cosas con la camiseta de las trece barras. Pasados están los Voguel, Odonkor, Sobis, Babic, Ilic y demás experimientos donde nadie tenía claro el rumbo que se estaba tomando. Pasados están los futbolistas a los que daba pena ver con nuestra camiseta, porque simplemente no daban la talla.
Hemos pasado de no tener director de orquesta fijo (Chaparro, Nogués, Luis Fernández, Irureta, y más y más) a presumir de tener un entrenador que mejora jornada a jornada. Un entrenador que ha pasado por momentos complicados, por críticas (entre los que me incluyo) cuando no entendíamos sus planteamientos (empate a 2 en casa contra el Barcelona B, 5 derrotas consecutivas), de posiblemente equivocarse (humano es), por momentos en los que todos tirábamos de hemeroteca para ver si Mel en su carrera hacía segundas vueltas peores o mejores que las primeras, a ganar partidos por sí mismo. A saber lo que tiene y cómo utilizarlo. A motivar a una plantilla en la que todo el mundo puede aportar, desde el principio o como revulsivo. A tener una extensión en el campo que ha nacido en Brasil pero que podría decirse que se ha criado en una calle cualquiera de Triana.
A que los resultados le den la razón en Liga, a la vez que nos dan premios en Copa.
Y hemos pasado de un esperpento en la dirección del club a una situación en la que por fin parece que se están construyendo los cimientos de algo grande. Porque un equipo con la capacidad de ingresos y con la masa social del nuestro no puede estar en manos de quien no sabe gestionar algo tan grande y tan especial como el Betis.
Pero algo sí ha permanecido. La afición, tanto durante este año y medio de buenos resultados como durante los anteriores, nunca dio la espalda. Las entradas tremendas en Heliópolis, los desplazamientos masivos a Salamanca donde no se subió, a Tarragona donde sí (aunque en el AVE de vuelta), demuestran que este club nunca está ni estará solo.
No somos un equipo de Champions League ni de Europa League. No somos un equipo poderoso como otros. Aún.
Porque la inercia mantenida en este tiempo, las sensaciones y las decisiones, hacen pensar que, de aquí a un tiempo prudencial, podremos tomar el relevo de los Villarreal, Valencia o Sevilla, que, gracias a buenas planificaciones deportivas, a apoyos institucionales o a una mezcla de ambos se han hecho un hueco en la élite.
Estamos ilusionados, pero no eufóricos. Porque somos una afición madura y ejemplar, que sabemos estar a la altura y no lanzar campanas al vuelo cuando aún no han sonado.
Que nadie tenga ni una décima parte de la más mínima duda.
Somos el Real Betis. Y hemos vuelto.
Pero esta vez para quedarnos.
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