Recontracrónica: 50 años

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El club de mi barrio cumple 50 años y estamos de celebración. Está al sur del sur, en Bellavista, un barrio al que todavía muchos sevillanos no saben si llamar pueblo o llamar barrio.

Pero lo somos, como otros periféricos que tuvieron que luchar por levantar alcantarillados, traer médicos o colegios. Y también el fútbol.

Hace 50 años se formó la UD Bellavista, y lo traigo a colación porque como todos los clubes históricos de Sevilla, tienen detrás un montón de buena gente que luchan por llevar el balón al campo con los chiquillos que quieren soñar haciendo magia con los goles.

En estos 50 años han cambiado mucho las cosas. Mucho.
Antes, podría darse el caso que un juvenil del Bella fichase por el Betis y llegase a ganar una copa del rey. Verdad Toni?

Ya no sucede eso, salvo muy concretas excepciones. Ahora todo ha cambiado y hay que darles la razón a los nostálgicos del fútbol de siempre.

Hoy, cuando un niño o niña despunta en el «fútbol bebé» ya se lo lleva un grande, o Betis o el otro. Los clubes de barrio se ven rápidamente mermados de sus mejores jugadores cuando todavía no levantan un metro del suelo.

Todos lo hacen, al Betis le «levantan» jugadores y acaban en la fábrica o en la masía. Pero el caso es que esta vorágine de talento procesado provoca un fútbol descafeinado en su base, en esa donde los niños juegan más de calle, más con otros niños de sus barrios, de sus pueblos.

Quizá se arreglaría obligando a los grandes a tener equipos a partir de cadetes, para que los niños jugasen en sus barrios, en sus pueblos, con más apego a su tierra, a sus equipos donde dieron sus primeros pasos.

Pero esto parece que no tiene vuelta atrás, el fútbol moderno tiene estas maldades donde se ve un crío que todavía no ha llegado a los diez años con representante.

Por eso gracias a todos los que siguen apoyándose en una valla un sábado por la mañana para ver un Bellavista-Torreblanca, un Antoniano-Mosquito. Y gracias a mi club, el Bellavista, para seguir haciéndome creer que el fútbol ayuda a hacer mejores personas a través de unos valores alejados de la máquina procesadora del fútbol moderno.

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