No creo en bufandas de la suerte, ni en camisetas, ni en nada parecido. Pero tengo una bufanda que lleva conmigo 20 años y que le cambié a un inglés a la salida de preferencia después del gol de Dani. Curiosamente, el canto del cisne de aquel Betis que de no aprender a crecer nos condujo a un profundo bache del que salimos tras una travesía por el desierto muy dura.
El Betis, tras tocar la gloria, se desvaneció y se dividió. Recuerdo aquel descenso con el Valladolid, las protestas, el comienzo de una asociación de béticos que se movía en el fango provocado por las sociedades anónimas deportivas pero que cimentaron las bases de lo que es el Betis hoy.
Dos descensos, administradores judiciales (Porrúa en el recuerdo), un notario que mucho ayudó que fue presidente de un desierto y de todo ello se armó lo que hoy estamos viviendo.
No todos los béticos están a favor de los dirigentes, a cada estornudo del equipo lo demuestran, pero la mayoría lo hace con ganas de mejorar y porque todos llevamos un entrenador loco o un presidente megalómano dentro.
¿Cuántos ciclos he escuchado acabados estos años?
No sé qué pasará en la final, hay que recordar el presupuesto del Chelsea y el nuestro, pero también que para ganar o perder una final hay que jugarla.