Cuando miro mi número de abono

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Cuando miro mi número de abono me vienen a la mente muchos recuerdos. Recuerdos que tienen muchas caras detrás. Amigos y conocidos, conocidos y desconocidos que se cruzaron en los asientos del Villamarín.

Recuerdo mantas de lluvia, solanos que derretían el alma, equipos que no podían con las medias, jugadas imposibles de jugadores ya míticos y muchos otros que no recuerdo ni ganas de recordar sus nombres.

Cuando miro mi número de abono recuerdo temporadas de gradas menos tupidas, acudiendo al campo con el corazón en un puño mirando al palco. Recuerdo alegrías fuera del terreno de juego y desastres de ligas en las que casi mejor no haberse presentado.

Recuerdo momentos y momentazos, recuerdo viajes y recuerdo a tantos amigos que se sacaron el abono perpétuo para el cuarto anillo que duele pensarlo.

Recuerdo nítidamente un día de lluvia después de la famosa fiesta de Halloween, una goleada en casa del Osasuna que venía «en chanclas» y nos jugábamos la vida. Recuerdo un presidente que es parte de nuestra historia y que menos mal que quedó en la historia. Otros presidentes que no tuvieron suerte o que les tocó bailar con la más fea. Un personaje siniestro que casi nos lleva por el camino que fueron clubes como el Jerez o el Extremadura.
Son muchos recuerdos mirando mi abono recién renovado, y viendo que hay miles de béticos esperando a sacárselo.

Esto no ha sido flor de un día, han sido años donde bajar unos cientos de números es un sentimiento agridulce, porque hay cientos de historias que, o han fallecido, o no han podido seguir siendo socios o el Betis ha tenido una nefasta campaña.

Pero también es una hermosa tradición, un contra viento y marea, un «yo estuve allí». Un pozo de sentimientos que a veces casi se ha secado pero que ahora que diluvia beticismo tenemos que ser conscientes de que aunque la comunión perfecta necesite que la pelotita entre, el sentir bético se alimenta de la buena marcha de elementos de este siglo que hasta hace poco parecía que no iban con el club.

Necesitamos golear sobre el césped, pero ver cómo goleamos en redes sociales, en proyectos sociales, en cantera, en definitiva, en marca Betis, llena esos vacíos enormes que la botella del primer equipo va cubriendo con las bolas de cada jornada. Exprímanse la cabeza, señores y señoras del consejo, para que el pellizco verde se dé con la misma intensidad en hospitales donde la gente sufre y espera ser curada que en la escuela del barrio más humilde de Sevilla.

Como bético, mi número es un pequeño tesoro que cuenta muchas historias, que tiene en muchos sitios del Villamarín un rinconcito de recuerdo, un lugar donde se dieron sueños y pesadillas.

Ojalá los béticos que esperan tengan suerte, no podrán ser todos, pero también esto es muy buena señal.